jueves, 13 de noviembre de 2008

El autor se sentia como un patito feo



A pesar de que Andersen creció más próximo a su madre por la temprana muerte del padre, (cuando Hans contaba solamente con 11 años de edad), y por el carácter retraído del mismo, parece llevar en su ser claros rasgos de la personalidad de aquel hombre que, ante la incomprensión general se encerraba en sus pensamientos y en sus sueños, y que más tarde terminaría enrolándose en el ejército napoleónico.
Su aspecto de larguirucho y desgarbado, de abundante melena y una prominente nariz contribuía a dar una imagen ridícula a su persona, lo cual en cierto modo le marcaría para el resto de sus días. Sin embargo, Hans tenía siempre una fe absoluta en sí mismo.
Tuvo una infancia solitaria. Era un niño tímido, asustadizo y extremadamente sensible, al que hieren las bromas de sus compañeros y cualquier palabra mala. Lo que le pasaba a Hans es que era distinto, era como el patito feo de su cuento, que no era feo, ni patito, sino un hermoso cisne.
El tema de Aladino, hijo de un padre artesano como Andersen, que terminará colmado de riquezas y honores, obsesiona al poeta durante toda su vida. En sus cuentos y novelas el tema aparece tratado de múltiples formas. Pero aunque es cierto que en todo tiempo se siente como guiado por la divina providencia, el éxito va a tener que ganárselo a pulso, superando grandes dificultades sin perder los ánimos.
Empieza inventando obritas disparatadas para su teatro de títeres y declamándolas ante los vecinos, y termina exhibiéndose ante la gente más ilustre de la ciudad. En 1819, a la edad de 14 años, consigue el permiso de su madre y, sin apenas saber leer ni escribir, marchó a la ciudad de Copenhague, buscando sólo hacerse famoso en el mundo del teatro.



En el momento en el que alcanzó mayor renombre, se encontraba con una terrible crisis de soledad, que le acompaño prácticamente toda su vida. No se casó nunca ni fundó un hogar, no tenía casa propia. Comía a diario en casa de sus amigos y vivía casi siempre en habitaciones alquiladas.
La eterna pugna por integrarse dentro de una clase social y un mundo cultural a los que no pertenece va a ser el del personaje de su "Sirenita"(Fig.4), con la que tan identificado se siente, que abandona por amor las aguas donde vive, pero al no ser correspondida en sus sentimientos, no encuentra tampoco su sitio en al tierra y queda sola, excluida de los dos mundos, para terminar disolviéndose en espuma de mar.
La imagen de Andersen que ha pasado a la historia de la literatura universal es la de un hombre apacible, rodeado de chiquillos a los que entretiene leyendo sus cuentos. Tal imagen no corresponde del todo a la idea que tienen de él sus compatriotas, especialmente los que le conocieron bien. Bajo aquella apariencia bondadosa se ocultaba una personalidad francamente difícil. Continuamente se habla de su vanidad, de su egocentrismo, de su susceptibilidad enfermiza, de sus cambios de humor, de sus arbitrariedades, de su servilismo con los de arriba, a los que al mismo tiempo critica en sus escritos.
Respecto a su amor por los niños, que es parte del mito personal de Andersen, no parece que fuera un rasgo notable de su personalidad. Cuando con ocasión de su setenta aniversario se le dedicó la estatua (Fig.5) que hoy preside los Jardines del Rey en Copenhague, el escritor se negó a que se representara su figura rodeada de niños, ya que los cuentos que había escrito iban destinados a gente de todas las edades y no especialmente a los pequeños, como erróneamente se ha creído.

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